Según el conocimiento que tenemos, los animales piensan, pero su cerebro no está equipado para usar el lenguaje tal como lo entienden los humanos.
En psicología cognitiva, todo funciona a través del estímulo y la respuesta. Si un animal está expuesto a la comida, a un objeto, a otro animal (estímulo), su cerebro planificará una reacción (respuesta) apropiada. Todo esto se realiza en la parte superior del cerebro llamada corteza, que se ocupa del lenguaje y el pensamiento. Es la parte más compleja del cerebro, y las neuronas se encuentran en infinitas conexiones intrincadas llamadas sinapsis. Hay zonas específicas del cerebro que mandan a partes específicas del cuerpo. Hay otras dos partes del cerebro debajo de la corteza: la límbica (que trata con las emociones: alegría, ira, miedo, tristeza) y la reptil (hambre, sed, sueño).
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Ahora, el cerebro humano es especial debido a la capacidad de aprender un idioma. El cerebro de un bebé será tan simple como el de un cachorro o gatito, pero tan pronto como un niño aprenda los elementos del lenguaje (simbolización), la corteza se desarrolla de tal manera que se convierte en una cuarta capa llamada neocorteza. Solo la forma del cráneo humano permite este desarrollo. Se desconocen los motivos, aunque existen muchas teorías, pero el cráneo de otros mamíferos es mucho más plano y no tiene forma de huevo como los humanos.
Simbolización significa el uso de símbolos relacionados con significados. Pueden ser combinaciones de sonido, signos, pictogramas. Si los niños no adquieren la simbolización a la edad adecuada, sus cerebros seguirán siendo similares a los de los animales y no podrán adquirir el lenguaje más adelante. Los ejemplos de Kaspar Hauser y Victor de l’Aveyron son evidencia de ello. Los animales tienen un acceso limitado a la simbolización, ya que pueden reconocer su nombre, y los ladridos o maullidos tienen significados específicos según la entonación.
En 1967, la pareja de Gardner, psicólogos de la Universidad de Nevada, experimentó el aprendizaje del lenguaje de señas con una chimpancé hembra llamada Washoe. Ella logró aprender hasta 250 palabras. Eventualmente, ella incluso iniciaría “conversaciones” ella misma. Ella tuvo bebés y en realidad les enseñó algo del lenguaje de señas, pero nunca fueron más allá de 50 palabras. Lo usaron mucho más para interactuar con los humanos que entre ellos. El experimento Washoe fue emulado en otras especies, pero nunca dio resultados que estuvieran más allá de esto.